La gran mayoría de emprendedores que comienza por primera vez un negocio descuida un aspecto fundamental: la imagen de marca.
Las preocupaciones referentes a los trámites, papeleos, negociaciones, entrevistas, análisis, posible renta o compra de local, su acondicionamiento, etc. hacen ver la creación de marca en muchas ocasiones, como algo irrelevante y aplazable.
Pero si se analiza desde una perspectiva global, desde fuera (que es lo que ven los clientes) y a largo plazo, nos damos cuenta de que un establecimiento, los empleados, las negociaciones o las estrategias son activos o circunstancias que van y vienen, mientras que la marca permanece y crece. Es realmente el activo de la empresa que más dinero puede valer a la larga, el que más debe durar y sobre todo, la clave para representar y atraer a nuestros potenciales clientes de una forma correcta.Es sobre la marca donde se acumulan todos los valores y conceptos de una empresa.
Para poder entender la importancia que conlleva que una marca proyecte una imagen positiva, tan solo es necesario hacer una sencilla comparación entre la imagen de marca y el aspecto de una persona que acabamos de conocer.
Su rostro, su mirada, su armonía facial, su corte de pelo, el tono de su cabello o de su piel, la ropa que lleva, sus gestos, su presencia, el timbre de su voz… todos estos elementos son interpretados a la velocidad de la luz de forma inconsciente en cada encuentro con una nueva persona, y la clasificamos en función de referentes almacenados en nuestra memoria y de los conceptos que asociamos con nuestros recuerdos.
En función de todos esos factores etiquetamos a las personas de muy diversas formas, que pueden ser positivas como: atractivo, inteligente, fuerte, amigable, simpático, profesional, trabajador…. O por el contrario, muchas veces prejuzgamos por aspectos inconscientes de forma muy negativa a personas que acabamos de conocer, alegando tal vez que cierta persona nos pareció descuidado, poco atractivo, desaliñado, ignorante, sin ganas de trabajar, perezoso, débil, enfermizo, conflictivo o incluso peligroso y amenazante.
Lo que cada cual piensa dentro de si mismo es algo que no podemos ni conocer ni controlar. Cada individuo tiene su propio imaginario colectivo, sus recuerdos, asociaciones e intereses.
Pero de todos modos, hay una serie de patrones, de puntos en común que tanto en las personas como en la imagen de marca de las empresas se cumplen. Un profesional del diseño debe saber controlar y orientar correctamente estas circustancias, siendo un aspecto fundamental para conseguir que nuestra marca sea una perfecta herramienta de comunicación que “dialogue” coherentemente de forma inconsciente con nuestro público objetivo.
Sobre ese rostro, irán amontonando todas las demás sensaciones y experiencias que vayan teniendo con su empresa, por lo que si desde el comienzo la marca en si misma produce rechazo al potencial cliente, tenga por seguro que sobre esos cimientos, todo lo demás que acumule encima ya tendrá un prejuicio negativo que solo perjudicará a su empresa.
Cada día es más frecuente oir que las empresas necesitan un diseñador, quizá por una cuestión de imagen o por la usabilidad de un producto frente al cliente. Lo que está claro es que el diseñador tiene una base en lo referente al diseño y el jefe de una empresa o cualquier otro empleado no tienen porque tener esa base, ya que no se han dedicado a eso y su cometido dentro la empresa no tiene que ver con el diseño.
En una empresa es necesario un administrativo que se ocupe de llevar al día las facturas, los sueldos, llevar las relaciones con los clientes… Por lo que del mismo modo que cada empleado desempeña una función, la parte del diseño debe llevarla un diseñador, porque es el que tiene experiencia y desde luego, bastante más criterio. Aunque el criterio en el diseño es algo muy subjetivo, las normas de composición son una realidad casi tangible.
Esta es la misión de la gestión del diseño: crear la relación correcta entre el diseño y el resto de las áreas de la organización. El proceso de diseño debe ser una cosa programada que permita a la vez la interacción con otras áreas de la empresa.
El diseñador tiene la misión de trasladar la importancia del diseño al más alto nivel de la empresa, es decir, tratar el diseño como una herramienta estratégica no sólo para el desarrollo del producto, sino también por comunicar una determinada identidad de empresa. Esta definición de gestión del diseño implicará que ésta incluya la gestión de los elementos visuales de la empresa, es decir, la gestión de la formalización de los productos, de la comunicación, de los espacios visuales de la empresa y también de algunos aspectos formales del personal. El diseñador debe conocer las funciones relacionadas con el marketing, operaciones, ingeniería, búsqueda y desarrollo y también, en su papel de transmisor de la importancia del diseñador en la estrategia corporativa, debe tener la capacidad y la relevancia necesarias en el organigrama de la compañía por poder influir en las decisiones.
La función de un diseñador dentro de la empresa engloba muchísimo más que hacer dibujos con Photoshop, el diseñador ha de prever lo que quieren los clientes, el proceso de diseño de un producto, ha de buscar cuales son los fallos con los que se podrá encontrar y cómo contrarrestarlos, encontrar los puntos fuertes del producto y resaltarlos. En definitiva el diseñador intenta anticiparse a las reacciones de los clientes, que muchas veces solo pueden pedir algo que ya está en el mercado y no lo que está por venir. Ahí radica la la importancia de la creatividad, en la resolución de estos problemas.
El diseñador es necesario en una empresa porque aplicará la creatividad a la presentación y a la mejora de la experiencia con el cliente, esa es su función y así será en el futuro. El diseño es necesario por la imagen, la usabilidad, la predicción y el trabajo de campo previo a cada proyecto.
La gestión del diseño ha servido para integrar la estrategia empresarial con la del diseño. De modo que cuando se diluyen las barreras entre diferentes áreas de la empresa, se constituye por un lado, una comunicación de marca en la que participan el producto, envase y las otras comunicaciones. Y paralelamente, una evolución en el papel de la gestión del diseño para diseñar la evolución de la cultura empresarial.